LA VIRGEN DE LA ALTAGRACIA
La República Dominicana tiene dos advocaciones marianas fuertes: Nuestra Señora de la Merced, proclamada en 1616, durante la época de la colonia, Patrona, y la Virgen de la Altagracia, Protectora del Pueblo y Reina del corazón de los dominicanos. Sus hijos la llaman cariñosamente “Tatica, la de Higüey”.
Su Basílica se encuentra en Salvaleón de Higüey o, simplemente, Higüey, ciudad de la República Dominicana, capital de la provincia de La Altagracia.
Existen documentos históricos que prueban que ya en el año de 1502, en la Isla de Santo Domingo, se daba culto a la Virgen Santísima bajo la advocación de Nuestra Señora de la Altagracia.
La fecha del 21 de enero se origina en la batalla de la Sabana Real de la Limonade ganada por los dominicanos en contra de las tropas francesas en el año de 1691. El obispo Meriño consiguió que esta fiesta fuera una fiesta en todo el territorio nacional. De modo que hoy lo es no sólo en el ámbito religioso sino que es día festivo a nivel civil, en toda la República Dominicana.
LA IMAGEN
El cuadro de Ntra. Sra. de la Altagracia tiene 33 centímetros de ancho por 45 de alto. Fue pintado probablemente en Sevilla en los primeros quince años del siglo XVI (es decir entre 1500 y 1515), y es posiblemente de la escuela de Alejo Fernández.
El lienzo, que muestra una escena de la Natividad, ha tenido cinco restauraciones de importancia, la última en 1978, pudiéndose apreciar ahora toda su belleza y su colorido original, pues el tiempo, con sus inclemencias, el humo de las velas y el roce de las manos de los devotos, habían alterado notablemente la superficie del cuadro hasta hacerlo casi irreconocible.
Sobre una delgada tela aparece pintada la escena del nacimiento de Jesús; la Virgen, hermosa y serena ocupa el centro del cuadro y su mirada llena de dulzura se dirige al niño casi desnudo que descansa sobre las pajas del pesebre. La cubre un manto azul salpicado de estrellas y un blanco escapulario cierra por delante sus vestidos.
María de la Altagracia lleva los colores de la bandera Dominicana anticipando así la identidad nacional. Su cabeza, enmarcada por un resplandor y por doce estrellas, sostiene una corona dorada colocada delicadamente, añadida a la pintura original. Un poco retirado hacia atrás, San José observa humildemente, mirando por encima del hombro derecho de su esposa; y al otro lado la estrella de Belén brilla tímida y discretamente.
Es una expresión plástica del dogma de la “Maternidad Divina”. María es la Madre de Dios. De allí el título de “Altagracia”, porque la gracia más alta jamás otorgada a un ser humano es la de ser la Madre de Dios.
A la vez es una explicación del dogma de la “Virginidad Perpetua”. María es virgen antes, durante y después de dar a luz a Jesús. Así que, el cuadro nos hace testigos oculares del momento del nacimiento. Lo que parece un delantal es el “rayo de luz más blanco que la nieve”. El Mesías traspasa, sin dañar de manera alguna a la Altagracia quien, recogida y arrodillada, está contemplando tiernamente al Hijo de Dios.
Con un gesto de la cabeza nos invita a arrodillarnos también en frente del pesebre, y juntos adorar al niño Jesús.
El cuadro es también un icono. No hay un elemento, un color ni una relación que no tenga su significado. Efectivamente hay 62 distintos símbolos en el cuadro. Se puede meditar sobre los siguientes:
La Estrella de Belén (es la Navidad) tiene ocho puntas (símbolo del cielo) con dos rayos extendiéndose hacia el pesebre: Dios Padre está bendiciendo a su Hijo.
Por encima de la Virgen hay doce estrellas (son las tribus de Israel y, a la vez, los apóstoles de Jesús). María es el puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.
Alrededor de María hay un resplandor (cf. Apocalipsis 12, 1). Ella lleva una corona por ser la Reina del Cielo, y un velo sobre la cabeza porque está casada. Está vestida de rojo, porque es un ser humano, y cubierta de blanco por ser sin pecado concebida. Lleva un manto azul celestial salpicado con estrellas porque “el poder del Altísimo vendrá sobre ti”.
San José está vestido al revés. Tiene el azul de su santidad escondido bajo un manto rojo por ser de este mundo, y lleva una vela para dar luz a su esposa, y a las necesidades materiales de las cuales es patrono.
El niño Jesús está durmiendo (y está muerto) pero despertará (y resucitará), sobre un pesebre que es, a la vez, un altar (y su sepulcro).
Atrás hay una columna, señal de que estamos en un templo. La cueva es un templo porque allí habita Dios mismo: el niño Jesús.
Las hendiduras en el techo, arriba a la izquierda, nos dicen que el mundo está decayendo, pero Jesús ha venido para restaurarlo.
El marco que sostiene el cuadro es posiblemente la expresión más refinada de la orfebrería dominicana. Un desconocido artista del siglo XVIII construyó esta maravilla de oro, piedras preciosas y esmaltes, probablemente empleando para ello algunas de las joyas que los devotos han ofrecido a la Virgen como testimonio de gratitud.
Oración: “Que la Virgen de la Altagracia, Señor, interceda por nosotros”. Amén.
LAS TRES TRADICIONES DE LA APARICIÓN
PRIMERA TRADICIÓN. La advocación procede posiblemente del pueblo español de Garrovillas de Alconétar (Cáceres), aunque se apunta también el de Siruela (Badajoz). Ambas poblaciones tienen a la Virgen de Altagracia como patrona y sendas ermitas dedicadas a ella. Otro dato que apunta a la región extremeña es que Nicolás de Ovando nació en Brozas (distante 10 kilómetros de Garrovillas) y además ejerció el cargo de Comendador de Lares (distante 11 kilómetros de Siruela) antes de llegar a La Española como Gobernador de las Indias en el año 1502.
SEGUNDA TRADICIÓN. En su relación del año de 1650, el canónigo Luis Gerónimo de Alcócer dice:
“La ymagen miraculosa de nuestra Señora de Alta Gracia está en la villa de Higüey, como treynta leguas desta Ciudad de Santo Domingo; son innumerables las misericordias que Dios Nuestro Señor a obrado y cada día obra con los que se encomiendan a su Santa ymagen: consta que la trayeron a esta ysla dos hidalgos naturales de Placencia en Extremadura, nombrados Alonso y Antonio de Trexo que fueron de los primeros pobladores desta ysla, personas nobles como consta de una cédula del Rey Don Felipe Primero, año de 1506, en que encomienda al Governador desta Ysla que los acomode y aproveche en ella, y aviendo esperimentado algunos milagros que avia hecho con ellos la pusieron para mayor veneracion en la yglesia parroquial de Higüey, adonde eran vecinos y tenían haciendas.”
“Parece que no quiere Dios Nuestro Señor que salga de aquella villa, porque a los principios embiaron por ella el Arzobispo y cabildo de la Cathedral y se desapareció de vn arca adonde la traian cerrada con veneración y cuidado y el mesmo tiempo se apareció en su yglecia de Higüei adonde solia estar; está pintada en un lienzo muy delgado de media vara de largo y la pintura es del nacimiento y está Nuestra Señora con el Niño Jesús delante y San Joseph a sus espaldas. “
“Y con aver tanto tiempo tiene muy vivos los colores y la pintura como fresca; van en romería a esta santa ymagen de Nuestra Señora de Alta Gracia de toda ysla y de las partes de las Indias que están más serca y cada día se ven muchos milagros que por ser tantos ya no se averiguan ni escriven, algunos en señal de agradecimiento, los hacen pintar en las paredes y otras parte de la yglecia y con ser los menos ya no ay lugar para más; son muchas las lismosnas que se hacen a esta santa yglesia y así está bien proveída de ornamentos y tiene muchas lámparas de plata delante de su santa ymagen”.
TERCERA TRADICIÓN. Nuestra Señora de Altagracia, fue vista en sueños por una joven en Higuey, (así lo narra Mons. Juan Pepen en su libro “Dónde floreció el naranjo”).
Hace más de tres siglos, cuando todavía en las llanuras y bosques de Hicayagua se encontraban restos de la indígena raza, vivía con su familia en las regiones de Duey, uno de los antiguos colonizadores españoles, que disfrutaba de una buena fortuna y gozaba de merecida fama y del aprecio y estima de las altas dignidades de la colonia.
Era costumbre en él, en épocas señaladas, hacer viajes a esta ciudad del Ozam, con el principal objeto de vender su ganado para proveerse de los menesteres de su hogar.
En una ocasión, y a principio de enero, el buen padre emprendió uno de esos viajes, trayendo el encargo de sus dos hijas, jóvenes ambas, en la flor de su edad: la una, la mayor, alegre y muy dada a los divertimientos, aunque de inocentes costumbres, pidió que le llevase vestidos, cintas, encajes y otros aderezos; la otra, apenas en las catorce primaveras de la vida, y a quien llamaban la Niña en aquellos villorrios, era, por el contrario, de espíritu recogido, entregada a las prácticas religiosas, que eran de su mayor agrado,encargó a su padre la Virgen de Altagracia. Extraña fue para él, que nunca había oído hablar de tal Virgen, la petición de su hija; pero así y todo, ella afirmó que la encontraría en su viaje.
De regreso a sus predios, con los regalos de la hija mayor, llevaba el amoroso padre el hondo pesar de no haber conseguido la Virgen de Altagracia para la Niña. Habíala buscado por todas partes, y no encontrándola, la solicitó de los Canónigos del Cabildo y aún del mismo Arzobispo, quienes le contestaron que no existía tal advocación.
Al pasar por Los Dos Ríos, pernoctó en la casa de un viejo amigo. En este tránsito, ya entrada la noche, cenando todos en familia, refiriendo el caso de la Virgen desconocida, manifestó el huésped viajero el sentimiento de aparecerse en su casa, sin llevar el encargo que le había hecho su hija predilecta. A la sazón, un anciano de barba blanca, que había pedido le dejasen pasar allí la noche, desde el apartado rincón en que estaba sentado, se puso en pie y, adelantándose hacia la mesa de los comensales, dijo: “¿Qué no existe la Virgen de Altagracia?”. Yo la traigo conmigo. Y echando mano de su alforja, sacó el pergamino y desenvolvió la pintura en lienzo de una preciosa imagen que era la de María adorando a un recién nacido que estaba en sus pies en una cuna. Más luego el afortunado padre, viendo realizado el ideal de su fervorosa hija, reiteró sus promesas al generoso peregrino, invitándole a que pasase a su casa cuando quisiera para recibir la recompensa de su donativo. Al rayar la aurora del nuevo día, se despertó la regocijada familia, y cuál fue su sorpresa al buscar y no encontrar por ninguna parte al misterioso aparecido.
Cuenta la tradición que, acompañada la piadosa doncella de varias personas, recibió a su padre en el mismo lugar donde hoy se encuentra el Santuario de Higüey, y que, lleno de alborozo en sus salutaciones, entregó aquél a su hija el tan esperado regalo.
Ella, al pie del naranjo que aún se conserva a pesar de los siglos, mostró a los concurrentes en aquél día 21 de enero, su soñada imagen y, desde ese momento, quedó establecido el venerado culto de la Virgen de Altagracia, confundida en sus principios con el nombre de la “Virgen de la Niña”.
HECHOS HISTÓRICOS DE RECONOCIMIENTO
Desde principios del siglo 17, y quizás poco antes, la devoción por la Virgen de la Altagracia pasó a Puerto Rico, específicamente a Coamo.Los viajeros que se trasladaban desde la Isla de Santo Domingo a Puerto Rico lo hacían por el “puerto del Higüey” (Boca de Yuma) y atravesaban el Canal de la Mona para llegar al puerto de San Germán. Por temor a los piratas que frecuentaban estos mares y mientras esperaban barcos en el “puerto del Higüey”, los viajeros acudían al santuario de la Virgen de la Altagracia en la villa de Higüey, implorando su protección contra los peligros del mar y de los piratas.
Antonio Cuesta Mendoza escribe en el tomo II de su Historia Eclesiástica de Puerto Rico: “De muy antiguo debió haver devotos en esta advocación pues ya para el 1647 le habían erguido una ermita particular [en la villa de San Blas de Coamo]“. De hecho, hay evidencia de que esta capilla ya estaba construida para el año 1622, o posiblemente desde antes.
El 21 de enero de 1692 se celebró una misa para dar gracias a la Altagracia por haber protegido a los voluntarios de Higüey y El Seibo quienes, un año antes, habían participado en la batalla feroz y sangrienta de “La Limonade”. Todos volvieron a casa sanos y salvos sin rasguño alguno. ¡Era un milagro patente!.
En el mismo 1692 el arzobispo Isidoro Rodríguez Lorenzo escribió una carta dirigida “a todos los fieles cristianos, estantes y habitantes, vecinos y moradores de este nuestro arzobispado” en donde por primera vez aparece una autoridad eclesiástica aprobando como buena y válida la fiesta de los 21 de enero conmemorando el “milagro”.
Hoy día hay al menos una religiosa “de servicio” en la basílica diariamente para recibir las promesas y anotar los milagros otorgados por la intercesión de la Altagracia.
A principio del siglo XX, Monseñor Arturo de Meriño, Arzobispo de Santo Domingo, pidió a la Santa Sede la concesión de Oficio Divino y Misa Propia para el día de la Virgen de la Altagracia suplicando, además, que fuese como festividad de precepto los 21 de enero. El pedimento fue aprobado y la concesión es efectiva para toda la Arquidiócesis de Santo Domingo.
La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia tuvo el privilegio especial de haber sido coronada dos veces; el 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío XI y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a la isla de Santo Domingo el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la Virgen, primera evangelizadora de las Américas. Juan Pablo II también visitó a la Virgen en su basílica en Higüey.
En la actualidad, casi no existe una familia dominicana en donde no se encuentre un testimonio de la intercesión de “Tatica”, Nuestra Señora de la Altagracia.
LA BASÍLICA
Es el Santuario mariano más antiguo de América. Al inicio se construyó una iglesia muy pobre, hecha de yaguas y tablas de palmas. Muy pronto la gente comenzó a tenerle un aprecio especial al cuadro. La gran cantidad de peregrinos hizo que se construyera una iglesia nueva, de piedra, en 1572; la gran Basílica que actualmente cobija el cuadro se comenzó a construirse en 1946 y fue inaugurada en 1971.
La Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia se encuentra ubicada en la ciudad de Salvaleón de Higüey, en la República Dominicana, siendo esta catedral epónima de la provincia de La Altagracia.
Esta sólida construcción que ha resistido inconmovible como una roca a todas las inclemencias del tiempo, tiene una sola nave, sobria, con techo en forma abovedada, que sostienen cinco arcos, de elegante sencillez y robustez.
La cúpula forma una media naranja completa y una concha cobija el sitio que ocupa el altar mayor. Una estrella formada de piedra es la decoración de la cúpula; en los arcos lucen incrustados en serie hermosos rosetones.
El altar mayor, en cuyo centro se destaca el nicho de plata que guarda el Santo Retablo, es obra de arte del siglo XVI, magnifica, ejecutada en rica caoba tallada a mano. La mesa del saltar luce un artístico frontal de plata, metal que cubre también las gradas y el Sagrario.
La parte exterior del templo es sencilla, así como la torre o campanario, de escasa elevación, que guarda sonoras campanas donadas por el piadoso caballero don Joaquín Alfáu en el año de 1864, quien también obsequió el pavimento de mármol del templo en el año de 1876.
El Santuario atesora valiosísimas prendas de valor histórico, que son objeto siempre de la curiosidad de los visitantes; entre otras se encuentran principalmente: el marco de oro y plata de la Virgen, con incrustaciones de piedras preciosas, destacándose en él la rica esmeralda rodeada de brillantes, que su Santidad Pío X regaló al Arzobispo Adolfo Alejandro Nouel en ocasión de su elección como Presidente de la República, y que ese ilustre prelado donó a la Virgen de la Altagracia como segura prenda de su amor y acendrada devoción; una gigantesca y artística custodia de oro de la era colonial; un elegante trono de planta con incrustaciones y campanillas de oro del año 1811 para sacar la procesión del Sagrado Cuadro de la Virgen; un vistoso guión de plata obsequio del Presidente de la Real Audiencia de Santo Domingo en el año de 1737; igualmente de oro y plata una porta viático; un crucifijo, dos cálices y copones, seis varas del palio, cruz y ciriales parroquiales, candelabros y floreros, y otros objetos del culto de plata antigua.
Hoy la joya de mayor valor histórico, religioso, espiritual y material con que cuenta el santuario, es la hermosa corona de oro y piedras preciosas, rematada en una cruz de diamantes que sostienen dos ángeles de oro macizo, de siete filos de peso, que fue confeccionada con el oro y alhajas donados por el Pueblo Dominicano para su Canónica y Pontificia Coronación, celebrada sobre el Altar de la Patria el 15 de Agosto del año 1922.